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Marco Aurelio condensa su pensamiento en frases serenas, dictadas por un ánimo pausado, que descubren en la convergencia con el cosmos el camino que conduce a la felicidad de la que es capaz el ser humano. Si algo demuestra esta convergencia, por la que el hombre convive con los dioses y, sobre todo, con el curso de la providencia, es que la vanidad resulta un desatino, y vanidad en grado sumo es hacer de las pasiones el principio rector de nuestras vidas. El hombre consciente, aquel en el que la parte divina –simbolizada en el lenguaje del alma– ordena su trayectoria vital, no encuentra en su condición de ser destinado una desdicha, sino la precondición del goce tranquilo de la vida.