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«¿Para qué sirve la historia?» era la punzante pregunta a la que Marc Bloch pretendió dar respuesta en su Apologie pour l’histoire en 1941 y que dio inicio a su flamante reflexión sobre el oficio del historiador (Le metier de l’historien). Es que la inquietud por la utilidad del conocimiento sistemático del pasado ha estado en el centro de las preocupaciones de historiadores y filósofos desde el nacimiento de la disciplina. Ya Heródoto reconocía la capacidad de deleite y encanto de la historia, siendo ese uno de los puntos de partida para su reflexión y análisis. Para él, así como para Tucídides, Polibio y los demás historiadores clásicos, la utilidad de la historia era innegable y residía, principalmente, en su valor didáctico y ejemplar, lo que llevó al gran Cicerón a definirla como magistra vitae. Durante siglos dicho valor y utilidad pareció ser algo anejo al conocimiento histórico, hasta que en los siglos XVIII y XIX algunos autores, como Hegel, comenzaron a arrancarle paulatinamente este carácter, aunque otros, como Nietzsche y Droysen, aún lo cultivaban, según recientemente lo ha expuesto Christophe Bouton. Durante el siglo XX, y lo que va del XXI, la utilidad y la función orientadora del conocimiento histórico ha sido consistentemente puesta en duda e incluso negada. En esta última perspectiva, la historia emerge como un particular modo de relacionarse con el pasado, llegando a ser en algunos casos solo un modo de discurso de ese pasado, cuya finalidad está al margen de su utilidad y valor pragmático en el presente (Hayden White y Michael Oakeshott). Este libro aborda la reflexión sobre esta pregunta central.