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Desde el inicio de los tiempos, la evolución del ser humano ha ido paralela a su control sobre la luz. Para el hombre primitivo la luz era una manifestación de la divinidad, pero fue la domesticación del fuego, en forma de hoguera, lámpara o vela, lo que le permitió prolongar el día –el periodo de actividad humana–, hasta que, a finales del siglo XIX, la invención de la bombilla eléctrica le acabó proporcionando un dominio absoluto sobre la noche. Los últimos avances en las investigaciones basadas en la luz (láser, fibra óptica, visión por computador...) apuntan la dirección que seguirá la tecnología en el futuro más próximo. El libro que tiene en las manos intenta ofrecer respuestas, desde campos, disciplinas y perspectivas diferentes, a la pregunta «¿cómo determina la luz el mundo en que vivimos?». Y es que la luz, que tuvo un papel decisivo en el origen y el desarrollo de la vida en la Tierra, no solo ha condicionado la evolución de la humanidad desde el punto de vista social y técnico, sino que constituye un elemento fundamental para entender la realidad y para relacionarnos tanto con nuestro entorno inmediato como con el más lejano posible: el universo.